La Comisión de Convivencia: tertulias, solidaridad y aprendizajes en el CP San Jorge

Ya ha echado a andar la comisión de convivencia, un grupo variado de personas que cada jueves se reúne para reflexionar sobre qué pasa en el cole, qué podemos hacer para mejorar la armonía en nuestro día a día, cómo aprender felices…

El pasado jueves nos reunimos varias madres del colegio, representantes de la APYMA, maestras del claustro y el equipo directivo. Recibimos con mucha alegría a todas las personas que vienen al centro porque les importa que sus hijos e hijas se sientan como en casa y porque quieren ellas mismas sentirse en casa, cerca del profesorado y compartiendo un mismo horizonte que va mucho más allá de relacionarse sin mayores problemas. Para tener acceso a los mejores aprendizajes, todas las personas y, en especial los niños y las niñas, necesitamos llevarnos cada día mejor, tratarnos con auténtica cordialidad y forjar sólidas redes de amistad duradera.

En las escuelas que se abren de corazón a las familias, el pensamiento -el pensamiento crítico- ocupa un lugar importante. Los argumentos han de servirnos para conocer mejor la realidad de las personas que los esgrimen, sus sentimientos y aspiraciones. Ese mismo conocimiento mutuo hará más fuerte el lazo entre familias y escuela, sin el cual todo se vuelve muy difícil o, incluso, imposible.

Cada jueves nos reuniremos para reflexionar sobre cómo seguir transformando el colegio. La puerta sigue abierta…

El trabajo de la comisión de convivencia pasa por conocer y vivir los siete principios del aprendizaje dialógico que dan sentido y carácter al nuevo proyecto de dirección. Así podremos ejercitar con más ahínco y conciencia la empatía y el compromiso con las demás personas. Si querer a alguien no es solo desearle lo mejor sino procurárselo, en la escuela nuestra de San Jorge cada día vamos a apostar más fuerte para dar fuerza a las personas y a los grupos que constituyen. Ya sabemos, las últimas líneas de investigación social así lo ponen de manifiesto, que son esos grupos de personas los que mejor pueden ayudar y defender a las más desvalidas, a quienes son objeto de faltas de respeto o de maltrato. En ese constante proceso de transformación el protagonismo clave lo tienen aquellas y aquellos que son testigos de agresiones o comportamientos violentos y defienden a quienes las sufren. Nuestras aulas, nuestros pasillos, el patio de juegos, lo mismo que las calles de nuestro barrio o nuestros parques infantiles son lugares donde combatir las microagresiones -esas que pasan inadvertidas para quienes no las padecen y que lesionan la estima y debilitan la voluntad de sus destinatarios- o las agresiones violentas, que suelen concitar más las miradas de los curiosos que las acciones de los valientes que las impiden.

Sentir que pertenecemos al grupo cuando somos ejemplo de respeto hacia las otras personas nos hace fuertes y conscientes de nuestro papel ante las injusticias. En el cole podemos practicar la tenacidad, la determinación y, sobre todo, la valentía por hacer valer el respeto mutuo que tan bien nos sienta cuando somos objeto de alguna ofensa y alguien da un paso al frente y nos saca la cara. Por eso, y porque confiamos en que la fortaleza y la valentía radica en plantarse y decir ¡no!, estamos trabajando en la escuela la comisión de convivencia, el claustro de profesores y profesoras, el personal no docente y la comunidad educativa al completo.

Cada costumbre arraigada, cada hábito consolidado es solo una opción entre muchas otras. Cuando lo que vivimos nos ahoga, cuando no saca lo mejor de cada quien, es cuando podemos reflexionar y emplear nuestras propias palabras para hacernos entender, para comprender mejor qué está pasando. Podemos, incluso, hacer nuestras las palabras de otras personas para transformar la desdicha en esperanza y aprender que si la sociedad sigue avanzando es porque la cooperación entre todas y todos siempre ha sido más importante que la lucha o la competencia.

Lo mismo que se aprende a sumar y restar, igual que se hace una con los secretos de la escritura, tal y como desvelamos los rincones oscuros de la historia, así mismo aprendemos a tratar bien a las demás personas, con delicadeza y esmero, con valentía para decir alto y claro cómo queremos que nos traten. Desafortunadamente, la falta de valentía también se consolida con la práctica pero dado que no ha de constituir nunca un ejemplo para las niñas y los niños, hay que desterrarla de nuestros centros educativos en cuanto aparezca.

La historia del mundo está plagada de comportamientos valerosos, nuestra vida cotidiana también. Conocemos múltiples ejemplos de sensibilidad y compromiso, sabemos de personas que con su arrojo han contribuido a dar un giro al devenir del mundo. Y lo mejor de todo es que podemos ponerlas como ejemplo y enseñar a nuestros niños y niñas que su potencial para transformar las cosas depende de las oportunidades que se den a sí mismos y que, como adultos, podamos ofrecerles. Cuando normalizamos esta manera de mirar y hacer las cosas, deja de verse como algo extraño. Entonces, y solo entonces, lo extraño será recurrir al insulto, a la mirada despectiva, al golpe. Lo inaudito será mirar para otro lado cuando se vea o se escuche algo que hace daño a alguien. Habremos normalizado la convivencia fecunda que nos haga sentir que tenemos un sitio que nadie va a ocupar nunca y un grupo del que nunca seremos desterrados.

Cuanto mayor sea el número de voces distintas que nos hagan saber más y sentir mejor, más cerca estaremos de nuestros sueños como cole, como barrio, como sociedad.

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