El comedor del colegio, un aula más.

Aprendemos y enseñamos en todo lugar y bajo cualquier circunstancia. Cuando pensamos en el cole nos vienen a la mente las aulas y el aprendizaje académico. Una mirada más profunda nos lleva a detenernos en un espacio grande, diáfano, siempre presente, donde ocurren muchas cosas y se adquieren aprendizajes no por básicos menos importantes. Ese espacio es el comedor escolar.

Antaño, se decía que en la mesa y en el juego se conocía al caballero. Y a la dama, diremos hoy. Chicos y chicas, como cualquier persona adulta, han de comportarse adecuadamente cuando se sientan a la mesa. Y aprender a hacerlo como corresponde exige tiempo y dedicación. Cada día, los niños y las niñas toman su desayuno y hacen otras comidas, como la del mediodía, seguro la más copiosa. Después de las clases de la mañana, a eso de las 14:10 h. hasta sesenta y nueve chicos y chicas de Infantil y Primaria del cole se dirigen al comedor del colegio. Alimentarse, como cualquier otra función humana, requiere de aprendizaje y el comedor se erige en ese espacio primordial donde los niños y las niñas lo adquieren.

Guardamos las normas sanitarias celosamente. El espacio físico, amplio y luminoso, acoge cada día a la hambrienta chiquillería. Comer bien es imprescindible.

Como viene sucediendo desde hace algunos años, la empresa Ausolan nos trae la comida. Cuatro educadoras del comedor se encargan de distribuirla entre las mesas y de velar para que todo discurra en armonía.  Si cada curso escolar es distinto porque distintos son sus protagonistas y cambiantes las circunstancias, también la experiencia de comer en el colegio lo es. Este curso 20/21 el menor número de comensales hace que se disfrute de un ambiente más sosegado. Las razones de este hecho explican también buena parte de los cambios que estamos sufriendo en nuestra forma de vivir: la pandemia de la covid-19 nos ha obligado a adoptar medidas que restringen nuestro normal desenvolvimiento y han hecho que la precaución o el miedo, en algunos casos, se instale en las vidas de muchas personas como un huésped indeseado. Esperamos que pronto los temores dejen paso a la seguridad de sentirnos libres de toda amenaza y que el comedor acoja a un número de niños y niñas semejante al de años anteriores.

El colegio y el comedor vienen trabajando de la mano desde hace años. Ese trabajo coordinado y compartido hace que deje de ser un mero espacio donde se come para ser un lugar habitado por personas que se encuentran en torno a una mesa, para convivir y, por tanto, para crecer en compañía. Las sociedades humanas evolucionan alrededor de una mesa porque sus miembros conversan sentados a ella, sueñan, alcanzan acuerdos, ríen o, simplemente, escuchan lo que alguien al lado les cuenta. Comer no es una tarea y es mucho más que una necesidad fisiológica. Es, desde luego, un acto social que exige el aprendizaje de ciertas normas, muchas de las cuales son idénticas a las que regulan la convivencia unos metros más arriba, en las aulas

Los grupos estables de convivencia también se mantienen en el comedor. Al finalizar la comida, hay un rato para entretenerse con alguna actividad lúdica.

Las educadoras cuidan de que las entradas y salidas de los niños y las niñas se lleve a cabo fluidamente, de que se distribuyan en las mesas de forma ordenada y piden su colaboración cuando, después de la comida, se hace necesario recogerlo todo. Entre la charla, más o menos animada, y el barullo descontrolado que pueda originarse en esos y otros momentos hay una notable diferencia. Como el profesorado, las educadoras del comedor se esmeran para que los buenos tratos y la cordialidad entre el alumnado sean lo habitual y se emplean con diligencia para atajar cualquier conflicto que pudiera surgir. Cuando hay algún desencuentro, tratan de solucionarlo o, siquiera, de reconducirlo, dándole tiempo y permitiendo que se asiente la palabra calmada. Las personas responsables del alumnado en el colegio  nos valemos del pensamiento  que se expresa para ampliar la perspectiva de los niños y las niñas, que necesitan de la guía de un adulto o un igual más experto para aprender qué es más conveniente hacer o qué se debe rechazar. 

El comedor es ese lugar en el que también podemos crecer practicando el diálogo igualitario, no amenazante, centrado en la escucha activa y respetuosa de argumentos que se exponen y que ha de primar siempre que haya dos personas, más allá de que sus funciones profesionales sean diferentes o de que ostenten distinto grado de responsabilidad. Ese lugar donde seguir los pasos de una transformación paulatina que nos lleve a construir cada día un lugar seguro que educa y acoge siempre, salvaguarda los derechos de las personas y es ejemplo de convivencia armoniosa. O ese lugar donde somos capaces de crear sentido, el mismo que abogamos exista en las aulas, donde vivir experiencias promotoras de salud y congruentes con lo vivido en toda la comunidad escolar.

El clima sosegado no es lo de menos. Con cercanía y amabilidad entre las personas… ¡qué bien sienta la comida!

Si aspiramos a que el aprendizaje dialógico se viva también en el comedor es porque, como en las aulas, los chicos y las chicas tienen derecho a aprender buenos hábitos en la mesa, y a ser cada vez más competentes (dimensión instrumental) en todo lo que demanda el hecho de comer en compañía. Así mismo, hacemos hincapié en que todo el alumnado se comporte de manera semejante (igualdad de diferencias), al margen de que quienes se reúnen para comer cada día tengan formas particulares de responder a las situaciones cotidianas (inteligencia cultural). Estos rasgos del aprendizaje dialógico, destacados en negrita en los dos párrafos anteriores, necesitan de otro fundamental, la solidaridad, que estos meses se ha hecho particularmente visible. La complicada situación que estamos viviendo este curso nos ha traído un gran regalo: hemos recibido la ayuda económica de la Fundación Educo,  que ha concedido una buena cantidad de dinero para que veinticuatro niños y niñas se beneficien del servicio de comedor. Por todo ello, agradecemos a la Fundación Educo la concesión de tan bien recibida y necesaria ayuda.

Finalizamos esta nueva entrada al blog destacando la implicación de las personas que gestionan el comedor, la profesionalidad y empeño con que cada día atienden y educan a los chicos y chicas del colegio, así como la labor abnegada de las educadoras del centro que, tanto en el comedor como en las aulas, acompañan especialmente a algunos niños. Por último, ponemos de manifiesto la labor fundamental de las compañeras y compañeros de limpieza, conserjería y administración, y el compromiso de la APYMA, siempre sirviendo de puente entre las familias y el colegio, y sin cuyo concurso el comedor no sería lo que es. 

¡¡¡Gracias y buen provecho!!!

Tertulias dialógicas, asambleas de aula, clubes de valientes: crece el diálogo en nuestro cole de San Jorge.

La necesidad alumbra el progreso y desde el absoluto respeto a la evolución de cada persona, de cada colectivo, de cada grupo humano  concebimos la libertad de ir adoptando el compromiso dialógico para aprender más y transformar nuestras vidas y la sociedad entera.

El diálogo da pie a comprender mejor un texto en una tertulia literaria dialógica, a entender mejor a las otras personas y sus razones en las asambleas de aula, a hablar desde el corazón sobre cómo nos gusta que nos traten cuando escuchamos a las otras personas en el Club de Valientes. A esto último lo llamamos lenguaje del deseo. La gran ventaja de estas tres actuaciones, su razón de ser, es que todas ellas contribuyen a mejorar la convivencia porque cuando escuchamos con atención y dialogamos con respeto se enciende la mecha del pensamiento propio. El diálogo igualitario se enseñorea en estas tres actuaciones cuyo éxito nace del respeto mutuo y de la simple oportunidad para que existan. Así llegamos a ser quienes somos, por la mirada de las otras personas. No es ocioso, por tanto, que hayamos de agradecerles su presencia y participación, por pequeñas que sean, en nuestras vidas.

Cada lugar es un escenario,  cada momento una oportunidad, cada persona un prójimo con quien aprender. Cualquier momento de la vida se vive como un gran reto para tratarse bien.

Necesitamos aprender a leer, necesitamos practicar la escritura, proponer soluciones a los problemas, anticiparlos, experimentar con objetos y materiales. También necesitamos aprender a dialogar, que es lo mismo que aprender a vivir juntos. Así se entiende que el diálogo, poco a poco, vaya cobrando más protagonismo en las aulas para dar fuerza a los buenos tratos y dar la vuelta a las cosas porque muchas veces quienes mejor tratan a las demás personas, pasan desapercibidos.

Exponer temas, narrar sucesos, describir situaciones, secuenciar hechos y, especialmente, esgrimir argumentos son aprendizajes básicos que se convierten en indispensables, en pilares de la educación, no importa cómo las nuevas tecnologías colonicen las aulas de todo el mundo. Aunque distintas en cuanto a su propósito,  las tertulias dialógicas y las asambleas  potencian esos aprendizajes indispensables y ¡muy importante! fomentan las redes de amistad porque ayudan a comprender mejor a los demás. Hemos repetido tantas veces que lo primero son los conocimientos que nos hemos olvidado de que conocemos mejor a los demás cuando nos atrevemos a quererlos. Simplemente.

Club de Valientes… ¿qué es eso?

Los clubes de valientes nacen para defender a quien lo necesita, para fortalecer los propios ideales experimentando la libertad de echar una mano, para sentir que las otras personas te quieren y experimentar la amistad ante las adversidades, haciendo fuerte al grupo. 

Cada tertulia dialógica que se realiza allana el camino para resolver problemas y llegar a acuerdos que atañen a la convivencia. Es otra fortaleza de las tertulias literarias, una más.

Valentía no se opone a cobardía sino a la falta de diálogo para afrontar las dificultades que se nos presentan. Quien impone su particular  visión del mundo manifiesta temor, que le hace reaccionar más que responder.  Antaño, cuántas veces  el cabeza de familia  dirimía cualquier asunto, tomaba decisiones que afectaban a la pareja y a sus hijos e hijas sin preguntar… Ser el cabeza de familia era sinónimo de ser pensante aun cuando el poder que detentaba para tomar esas decisiones no se sustentara siempre en la validez de sus argumentos sino en el argumento del poder, en la fuerza. 

Convivir no es un punto de llegada, es un aprendizaje que, como cualquier otro, debe acoger los errores y corregirlos con cariño y claridad.

El club de Valientes lo ponemos en marcha en el cole cuando las circunstancias lo requieren. Es entonces cuando realizamos una tertulia dialógica que nos hace reflexionar sobre qué significa ser valiente. Valiente es la persona que trata a las demás de forma respetuosa, que se atreve a defender a quien lo necesita.  A continuación definimos, en diálogo con el alumnado, cómo nos gusta que nos traten y cómo no nos gusta, y firmamos un documento que compromete al grupo entero a respetar los buenos tratos y a impedir los tratos irrespetuosos. El siguiente paso es informar a los familiares de que se pone en marcha el Club de Valientes

El Club de Valientes nace desde el diálogo igualitario en la asamblea de aula previa. Profesorado y alumnado merecen el mismo trato. 

«La libertad de expresión no es el derecho a decir lo que se piensa sino a pensar lo que se dice«, nos recuerda el filósofo Emilio Lledó. Esto se sustenta en el cuidado del lenguaje, en la elección esmerada de lo que se dice y en la libertad de rechazar con rotundidad, si se produjeran, las faltas de respeto, los exabruptos, los insultos…

El mural del Club de Valientes de una clase recoge los deseos de los niños y las niñas. Alentar los buenos tratos y defender a quien lo necesita da sentido al Club.

El reto de participar  en una asamblea escolar es semejante al de participar como ciudadano o ciudadana en una asamblea vecinal. La semilla de la ciudadanía comprometida, justa y exigente, generosa y acogedora se siembra en los primeros años y se riega toda la vida. Los valores de la democracia, tantas veces conculcados por quienes la defienden con la palabra y la pisotean con sus acciones, se viven desde la más tierna infancia. La cohesión del grupo se propicia y se alienta con acciones efectivas que ganan en profundidad cuando se comparten palabras  y se da sentido al tiempo vivido. Esto nos acerca a una sociedad más plural y solidaria. 

La puesta en práctica del Club de Valientes es una medida firme, clara y rotunda que tiene por objeto ayudar a las niñas y a los niños a crecer con rectitud, respetando a todas las personas, despreciando toda forma de violencia física, verbal o simbólica y mostrando solidaridad con los compañeros y compañeras que sufren alguna situación violenta. Por estas razones es bien importante que, en los hogares, las familias tengan un diálogo profundo con nuestras valientes y nuestros valientes acerca del contenido del mural que han realizado en clase y del funcionamiento del Club. Por eso, les animamos desde el colegio a que escojan un momento tranquilo, sin televisión y con los móviles apagados, y a que dediquen tiempo a conversar  con calma sobre cómo han de ser los buenos tratos, dando argumentos y escuchándolos con atención. Es vital que se detengan en los aspectos positivos y sepan que lo mismo que se necesita ayuda para aprender a leer y escribir bien, también se necesita para aprender a cuidarse y respetarse. 

Las actividades de cohesión fortalecen los lazos de nuestros chicos y chicas con el mundo… El profesorado, siempre atento, sigue siendo depositario de la confianza de las familias.

Tenemos total confianza en los niños y niñas del cole, y también en el compromiso de sus familias  para que las tertulias dialógicas, las asambleas de aula y el Club de Valientes contribuyan a lograr una convivencia armoniosa y cordial y alcancemos los mejores aprendizajes. Las maestras y los maestros seguiremos ahí, como siempre, para acompañarles al comienzo de un viaje que  durará toda la vida. 

 

La Comisión de Convivencia: tertulias, solidaridad y aprendizajes en el CP San Jorge

Ya ha echado a andar la comisión de convivencia, un grupo variado de personas que cada jueves se reúne para reflexionar sobre qué pasa en el cole, qué podemos hacer para mejorar la armonía en nuestro día a día, cómo aprender felices…

El pasado jueves nos reunimos varias madres del colegio, representantes de la APYMA, maestras del claustro y el equipo directivo. Recibimos con mucha alegría a todas las personas que vienen al centro porque les importa que sus hijos e hijas se sientan como en casa y porque quieren ellas mismas sentirse en casa, cerca del profesorado y compartiendo un mismo horizonte que va mucho más allá de relacionarse sin mayores problemas. Para tener acceso a los mejores aprendizajes, todas las personas y, en especial los niños y las niñas, necesitamos llevarnos cada día mejor, tratarnos con auténtica cordialidad y forjar sólidas redes de amistad duradera.

En las escuelas que se abren de corazón a las familias, el pensamiento -el pensamiento crítico- ocupa un lugar importante. Los argumentos han de servirnos para conocer mejor la realidad de las personas que los esgrimen, sus sentimientos y aspiraciones. Ese mismo conocimiento mutuo hará más fuerte el lazo entre familias y escuela, sin el cual todo se vuelve muy difícil o, incluso, imposible.

Cada jueves nos reuniremos para reflexionar sobre cómo seguir transformando el colegio. La puerta sigue abierta…

El trabajo de la comisión de convivencia pasa por conocer y vivir los siete principios del aprendizaje dialógico que dan sentido y carácter al nuevo proyecto de dirección. Así podremos ejercitar con más ahínco y conciencia la empatía y el compromiso con las demás personas. Si querer a alguien no es solo desearle lo mejor sino procurárselo, en la escuela nuestra de San Jorge cada día vamos a apostar más fuerte para dar fuerza a las personas y a los grupos que constituyen. Ya sabemos, las últimas líneas de investigación social así lo ponen de manifiesto, que son esos grupos de personas los que mejor pueden ayudar y defender a las más desvalidas, a quienes son objeto de faltas de respeto o de maltrato. En ese constante proceso de transformación el protagonismo clave lo tienen aquellas y aquellos que son testigos de agresiones o comportamientos violentos y defienden a quienes las sufren. Nuestras aulas, nuestros pasillos, el patio de juegos, lo mismo que las calles de nuestro barrio o nuestros parques infantiles son lugares donde combatir las microagresiones -esas que pasan inadvertidas para quienes no las padecen y que lesionan la estima y debilitan la voluntad de sus destinatarios- o las agresiones violentas, que suelen concitar más las miradas de los curiosos que las acciones de los valientes que las impiden.

Sentir que pertenecemos al grupo cuando somos ejemplo de respeto hacia las otras personas nos hace fuertes y conscientes de nuestro papel ante las injusticias. En el cole podemos practicar la tenacidad, la determinación y, sobre todo, la valentía por hacer valer el respeto mutuo que tan bien nos sienta cuando somos objeto de alguna ofensa y alguien da un paso al frente y nos saca la cara. Por eso, y porque confiamos en que la fortaleza y la valentía radica en plantarse y decir ¡no!, estamos trabajando en la escuela la comisión de convivencia, el claustro de profesores y profesoras, el personal no docente y la comunidad educativa al completo.

Cada costumbre arraigada, cada hábito consolidado es solo una opción entre muchas otras. Cuando lo que vivimos nos ahoga, cuando no saca lo mejor de cada quien, es cuando podemos reflexionar y emplear nuestras propias palabras para hacernos entender, para comprender mejor qué está pasando. Podemos, incluso, hacer nuestras las palabras de otras personas para transformar la desdicha en esperanza y aprender que si la sociedad sigue avanzando es porque la cooperación entre todas y todos siempre ha sido más importante que la lucha o la competencia.

Lo mismo que se aprende a sumar y restar, igual que se hace una con los secretos de la escritura, tal y como desvelamos los rincones oscuros de la historia, así mismo aprendemos a tratar bien a las demás personas, con delicadeza y esmero, con valentía para decir alto y claro cómo queremos que nos traten. Desafortunadamente, la falta de valentía también se consolida con la práctica pero dado que no ha de constituir nunca un ejemplo para las niñas y los niños, hay que desterrarla de nuestros centros educativos en cuanto aparezca.

La historia del mundo está plagada de comportamientos valerosos, nuestra vida cotidiana también. Conocemos múltiples ejemplos de sensibilidad y compromiso, sabemos de personas que con su arrojo han contribuido a dar un giro al devenir del mundo. Y lo mejor de todo es que podemos ponerlas como ejemplo y enseñar a nuestros niños y niñas que su potencial para transformar las cosas depende de las oportunidades que se den a sí mismos y que, como adultos, podamos ofrecerles. Cuando normalizamos esta manera de mirar y hacer las cosas, deja de verse como algo extraño. Entonces, y solo entonces, lo extraño será recurrir al insulto, a la mirada despectiva, al golpe. Lo inaudito será mirar para otro lado cuando se vea o se escuche algo que hace daño a alguien. Habremos normalizado la convivencia fecunda que nos haga sentir que tenemos un sitio que nadie va a ocupar nunca y un grupo del que nunca seremos desterrados.

Cuanto mayor sea el número de voces distintas que nos hagan saber más y sentir mejor, más cerca estaremos de nuestros sueños como cole, como barrio, como sociedad.