El Árbol de la Amistad sigue creciendo en nuestro colegio

Como ya advertimos en otra entrada anterior, la construcción del Árbol de la Amistad es un proyecto del colegio para visibilizar la importancia que damos a llevarnos bien, a tejer redes amigas que nos ayuden a salir de un bache, a coger aire y pedir ayuda, a dispensarla cuando nos la demandan e, incluso, para ejercer la libertad de no ser amigo o amiga de alguien aunque sepamos dejar la puerta abierta para que un día, ojalá cercano, la magia de la sincera amistad aparezca. 

Queremos que el Árbol de la Amistad sea, más que un símbolo que decore un rincón del colegio, un espacio referente de los buenos tratos, del respeto profundo a las otras personas, un micromundo en nuestros pasillos que nos recuerde que querer a alguien es condición, muchísimas veces, para llegar a comprenderlo. Bien podríamos llamar a esto, razón cordial, razones del corazón, diría Pascal, muchas veces desconocidas para la razón. Con este anhelo, seguimos el rumbo. Ya hemos acabado las ramas, pronto el tronco será tan sólido y firme que el peso de las ramas no hará mella en su estructura y, aguante bravamente la implacable gravedad.

El Árbol de la Amistad, que ya iniciáramos el Día de la Paz, nos está exigiendo un esfuerzo continuado. El éxito final aguarda más adelante pero la alegría que nuestros chicos y chicas han sentido todos estos días antes de las vacaciones de Semana Santa, nos muestra que el camino está libre, que no hay piedras en él y que no se adivinan nubes en el horizonte. 

El cole entero ha pasado por el gimnasio donde estamos construyendo el árbol. (Ver todas las fotos aquí). La tarea que nos viene ocupando a todos y todas desde finales de enero constituye una obra artística colectiva que une a toda nuestra comunidad escolar. Este ejercicio compartido tiene un gran valor en sí mismo porque en él no solamente ha participado el alumnado. La comisión de convivencia, las tutoras y el profesorado acompañante ha tomado parte activa en él. 

Cuando las personas tomamos partido por algo, lo sentimos nuestro y, por tanto, contribuimos a darle sentido, a respetarlo y a percibir que compartimos el protagonismo. Lograr este objetivo tiene una importancia radical en nuestra escuela de San Jorge, un laboratorio seguro de culturas y creencias pero confiada en que el talento de nuestro alumnado siga aflorando con ímpetu renovado. Por todo esto decimos que la amistad nace de la confianza en las otras personas y que, al igual que cualquier materia escolar, la amistad se practica, se corrige, se imita, se perfecciona, a veces hasta se emborrona… Por eso cuando alguien deja de ser valiente para tratar regular a otra persona, necesita una nueva oportunidad para que en sus adentros crezca una amistad fuerte y también combativa, naturalmente. Si no hacemos eso, mandamos un mensaje equivocado: “No pasa nada por faltar al respeto de alguien, tendrá las mismas posibilidades de ser su amigo en el futuro”. Pero esto no es verdad. Ninguna persona tiene derecho a que se le mienta. Nuestros niños y niñas tampoco. Callar ante una agresión o falta de respeto es como poner una piedra sin alinear en una pared. Seguirá haciendo alta la pared pero caerá antes que otra cuyas piedras sí estén alineadas.

Hace veinticinco siglos, Aristóteles (S. IV a. C.) nos enseñó a distinguir la causa formal de las cosas, es decir, la forma que toma algo una vez se acaba. Paradójicamente, de nuestro árbol ignoramos la causa formal ya que desconocemos cuál será su aspecto final: sabemos que habrá un tronco grueso, que tendrá algunas ramas, no sabemos con certeza cuántas serán ni tampoco qué ubicación tendrán en el tronco. Ni siquiera  tenemos idea de cuál será su emplazamiento final: habrá que esperar primero a rematar la obra y, solo entonces, decidiremos dónde colocarla. Muchas incógnitas pero todas necesarias porque si hubiéramos decidido todo ello de antemano, no estaríamos disfrutando tanto del proceso. Existiría el peligro de adaptarnos ciegamente al objetivo final sin sentir la necesaria incertidumbre que hemos de manejar cada vez que decidimos llevar a cabo un proyecto, o lo que es lo mismo, cada vez que decidimos crecer.

Desde esta entrada al blog del cole reivindicamos la enorme importancia de experimentar la creación artística, adoptando sus lenguajes específicos, practicando destrezas, enfocando la atención y sabiendo para qué hacemos las cosas. Lo mismo que cuando hablamos de matemáticas o ciencias naturales, ocurre muchas veces que en las aulas no sabemos exactamente cómo se desarrollará un trabajo, aunque tengamos clarísimo qué objetivo perseguimos con el mismo y qué pasos vamos a seguir hasta lograrlo. También esto es lo que sucede con nuestro árbol. Y porque sucede con él reconocemos que tiene un  marcado carácter formativo, presente en todo proceso artístico, no solo plástico.

Algunos secretillos más…

El material empleado en el árbol es sencillo y barato: papel de periódico, papel de embalar y cartón fallero para dar consistencia final a la obra. El material que se encuentra a mano, lo que está justo ahí para tomarlo y transformarlo hace presente al contexto y da a cualquier obra un carácter que le es propio. Por esta razón, siempre que sea posible, y muchas veces lo es, emplearemos lo más cercano, lo que mejor identificamos con quienes somos.

Los peces del fondo hacen de testigos de este trabajo escultórico mientras aguardan su oportunidad. Tales peces, hoy solo pintados por una de sus caras, dentro de un poco de tiempo lucirán acabados en algún lugar del cole.

Y tras la tarea constructiva, la necesidad de limpiarse. Cuanto más jovencitos los artistas, mayor el tiempo para quitarse el jabón y volver al aula a por otros aprendizajes. En Infantil conocen al dedillo que cuando este tiempo se utiliza bien, convierten en oro el empleado justo antes. En honor a la verdad, toda la Primaria se comportó exquisitamente cuando tocó pasar a lavarse. No era cosa de echarse más jabón, ya iba incorporado en las manos…

La experiencia de tocar y acariciar una superficie lisa con la mano que se desliza es inolvidable. Las personas conocemos mediante el tacto y las sensaciones que este nos trae. No hay instrumento que desempeñe como lo hace la mano, las funciones que le asignamos. Con ella, con ambas, nos afanamos en transformar objetos y lugares, cambiamos la apariencia del mundo y su sentido.  Con cada pedazo de papel empapado en engrudo que colocamos en la superficie del árbol cambiamos el árbol.

Mi padre me dice que no me manche”, escuchamos con poco asombro por boca de uno de los niños. Cuántos niños y niñas viven las manchas solo como impedimento, como obstáculo para el aprendizaje por más que no sea la intención de ningún progenitor evitar que aprendan. Solo que se manchen. Y muchas veces mancharse es, más que inevitable, imprescindible para lo que los padres y madres ansían: que aprendan. Insistimos: para aprender cosas nuevas es necesario hacer cosas nuevas, emplear instrumentos nuevos, o los de siempre aunque de maneras novedosas, manipular materiales, ensayar nuevos gestos, enfrentarse al error, incluso al fracaso.  Docentes en todo lugar nos aseguramos de que las niños y los niños transformen un entorno controlado, ideado para que aprendan, y se transformen en él.  

La necesidad que tenemos de conocer y saber se satisface explorando porque somos seres constituidos por la curiosidad. Y explorar pasa por probar, por responder a innumerables preguntas y por hacérnoslas. Tal vez una de las más importantes sea la siguiente: ¿qué pasa si..? Un artista se parece a una científica cuando, ya de mayor, se sigue preguntando “¿qué pasa si..? Para inhibir la potencia de una niña que quiere ser una pensadora, una científica, una artista lo primero que hemos de hacer es prohibir esa pregunta o, peor aún, responder como si la respuesta no le comprometiera la vida.

Personas de edades distintas, con historias y expectativas diferentes pueden compartir un propósito, siquiera durante unos pocos minutos. Cuando sucede que alguien, de forma inesperada, aparece justo ahí, donde no la esperamos, y acepta su lugar, las niños y los niños aprenden que las personas no cumplen requisitos para vivir una experiencia con honestidad. Cada persona que interviene acepta la invitación de cambiar el destino del árbol nada más colocar un papelito sobre el tronco. Esto las vuelve a todas necesarias puesto que su huella es inimitable.

Y si hubiera que poner un pero, un único pero, a la construcción del árbol, solo diríamos que…  el tiempo voló, ¡vaya que voló! Voló demasiado. Nos dejó helados. El tiempo vuela sobre todo cuando nos ponemos a cambiar las cosas que tocamos… Algo hemos de hacer.

Esta entrada fue publicada en Noticias. Guarda el enlace permanente.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.