Si hace unas semanas el grupo de chicos y chicas de tercero de Infantil se daba un garbeo por el Paseo del Arga, en esta ocasión fueron las dos clases de Primero quienes se adentraron en otro corazón, el corazón del barrio. Y es que para viajar no hace falta irse muy lejos. Si se aprende a mirar, el mundo de siempre se convierte en una constante novedad. Como profes nos preguntamos: “¿Se puede seguir conociendo lo ya conocido?” Sí, sin duda. En ocasiones hay quien nos invita a mirar exhaustivamente, hay quien nos exhorta a mirar con las palabras, las palabras escuchadas, las que profiere una persona que desea compartir contigo alguna historia desconocida.
Visitar de nuevo un lugar que ya conoces es como releer un libro. Por más que creas que no hay margen para la sorpresa, siempre aparece algo inesperado. Y lo inesperado también viene de la mano de lo que otra persona te cuenta. Cuando caminamos por la calle cada día ir al colegio no reparamos en cantidad de detalles… Lo que pasa muchas veces es que solo percibimos lo nuevo cuando alguien nos descubre su historia, nos pasma con algún secreto o nos divierte con una anécdota… Entonces ese lugar conocido se tiñe de misterio porque se vincula a personas con nombre y apellido que muchas veces ya no están entre nosotros.
Durante este paseo no solo disfrutamos de paisajes naturales sino que caminamos por las calles de nuestro barrio con un objetivo muy claro: conocer mejor dónde vivimos echando un vistazo al pasado, pensando, hablando y escuchando lo que las maestras contaban sobre el San Jorge de hoy y de antes. Porque, claro, vivir en cualquier lugar comporta tomar como herencia lo que quienes vivieron antes quisieron o supieron dejarnos. Hay quien dice que el mundo no es un legado de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos. Este pensamiento nos pone en el brete de tener que cuidar lo que tenemos para que perdure…
El paisaje de las ciudades y de los pueblos cambia constantemente. También lo hacen los barrios como el nuestro de San Jorge. Exactamente igual cambiamos las personas al hacernos mayores. Un edificio en ruinas, otro recién construido, una plaza subterránea, el trazado de las carreteras, la ubicación de los pasos de cebra, un banco situado estratégicamente en un paseo, la forma del parque en el que jugamos cada día… Todo cambia con el tiempo.
Visitar lo que hay a dos pasos del colegio es siempre una oportunidad para saber más. El lugar donde vivimos nos importa, nos influye, nos moldea, saca de nosotros lo mejor, nos propone la manera de relacionarnos, nos ayuda a volar, nos hace descubrir, nos provoca preguntas, nos desafía, nos despierta la curiosidad, nos sorprende, nos impulsa a viajar, nos transforma, nos solicita atención, nos hace valientes, nos demanda unión, nos emociona, nos construye por dentro a base de recuerdos desde que echamos a andar…
En breves días tendremos el grueso de la lista de los chicos y chicas que llenarán de risas nuestras aulas y pasillos el curso próximo. Nuevas caras, así se muestren solo a medias, así tengamos que esperar un poco más para verlas sonreír sin nada que se interponga entre su boca y los ojos de las compañeras. Ahora que caminamos hacia el final del curso con un año más en la mochila, sabemos que aprender en el barrio donde uno vive es sacarle brillo a las relaciones entre las personas y hacernos más conscientes de que nos necesitamos para aprender y aprender mucho. Dentro de unos poquitos años, muchas chicas y muchos chicos tendrán que atravesar la ciudad para ir a otro barrio, para ir cada día a la universidad, claro que sí. El mundo es ancho. En él hay muchos países, muchas regiones, muchas ciudades pero aún hay muchos más barrios, muchísimos más.
Cuántas veces hemos pensado que los lugares donde vivimos influyen en la calidad de nuestra vida. El espacio de nuestras viviendas, la arquitectura de los edificios, el diseño de los parques donde la chiquillería juega cada día, el estado de conservación de la naturaleza circundante… Los entornos han de ser acogedores, bellos, cuidados. Si no lo son el mensaje que se transmite a los niños y niñas es que no importa demasiado su estado, porque no importan demasiado ellos mismos. Que no es necesario que sea impecable para lograr el propósito que se persigue. Pero no es así, sí importa y mucho. Queremos lo mejor para nuestros chicos y chicas, lo mismo que queremos lo mejor para toda la ciudadanía.
El cole lleva décadas viviendo de cara al barrio. Inmerso en su vida, participando de su actividad. Cada día más. Nuestro barrio, como el cole, cambia con cada persona que se convierte en vecino o vecina, con cada niña que se matricula en el colegio. Aprender en el barrio es un valor en alza puesto que la cercanía favorece los desplazamientos y el hecho de que quienes comparten aula sean también quienes juegan en la plaza o quedan para jugar en el patio por la tarde, después de la Biblioteca Tutorizada.
El paseo por el barrio dio para mucho. Suscitó preguntas, respuestas y multitud de comentarios. Los proyectos y las actividades que se realizan en el colegio tiene más sentido cuanto mayores son los aprendizajes que confluyen en ellos. Antes de coger el lápiz y escribir en el libro o el cuaderno se ha debido poner palabras a los pensamientos, se ha debido pensar en lo que se dice. En este continuo diálogo con las otras personas y con uno mismo, nuestros chicos y chicas van tomando conciencia del mundo en que viven para acogerlo o para pensar en transformarlo.
El viernes pasado, en la charla informativa que se organizó en el cole con motivo del inicio del periodo de preinscripción, un padre afirmó lo siguiente: “Quiero que mis hijos me superen, quiero que lleguen a donde yo no he llegado”. Que las niñas y los niños vayan más allá de sus madres y padres, que rebasen en conocimiento al profesorado que se lo transmitió, siempre es un motivo de orgullo para quienes ya hemos cumplido años… Como comunidad escolar sigamos haciendo de ese sueño un gran objetivo pero, para ello, empecemos conociendo el barrio. Empecemos por el principio.