Los centros educativos debemos asumir las diferencias entre las culturas y entre las personas como punto de partida de una insondable riqueza sobre la que ir construyendo el presente y soñando un futuro mejor. Ya no nos satisface la igualdad de oportunidades porque buscamos la igualdad de resultados. Solo las propuestas igualitarias desde todos los ámbitos –educativo, político, económico, educativo, etc.– pueden superar la democracia técnica y alumbrar una auténtica democracia cordial. Más allá de la igualdad homogeneizadora y la defensa de la diversidad que obvia la equidad, la igualdad de diferencias es la igualdad real en la cual todas las personas tienen el mismo derecho a ser y a vivir de forma diferente, y al mismo tiempo, a ser tratadas con el mismo respeto y dignidad.
Las escuelas son un reflejo de una sociedad diversa y plural. El desafío de las escuelas es comprender que, por sí solo, el reconocimiento de las diferencias no es suficiente para alcanzar una educación igualitaria puesto que lo fundamental es que todas las personas, independientemente de su origen, cultura, creencias, etc., estén próximas a las demás y que sus voces sean escuchadas en todo contexto y situación.
El principio de la igualdad de diferencias y la convivencia. Todas y todos aspiramos a desarrollar habilidades sociales en una sociedad siempre cambiante. Lograrlo exige vivir con responsabilidad el amplio margen que tenemos para desarrollarnos como personas dueñas de nuestro destino y comprometidas con la comunidad, denunciando las injusticias, anunciando las acciones justas y defendiendo a quien lo necesita. La igualdad de diferencias nos empuja a ofrecer nuestros recursos más personales y a fortalecer los lazos con los demás y con la comunidad.